El teléfono, tirano insensible
Alguna vez leí que un hombre se hizo millonario gracias a que trabajaba como telefonista en un hotel. Gracias a su empleo, podía escuchar las pláticas de los huéspedes y con esa información, tenía ventaja sobre los demás para hacer negocios.
Quizá sea una leyenda urbana, pero al escucharla me sentí atraído a ver con más detalle los cambios que ese aparato ahora indispensable nos ha obligado a hacer en las relaciones humanas. Lo primero que ha llamado mi atención es el valor intrínseco que le damos al teléfono. No hay plática, por muy importante o necesaria que sea, que resista al timbre de un teléfono. “¿Cómo voy a dejar que suene sin contestar? ¿Qué tal si es algo importante?”. Eso es una tiranía absoluta. Dado que no sabes quién está al otro lado de la línea, te ves obligado a responder.
Ni qué decir de cuando el teléfono suena a altas horas de la noche, o en la madrugada. El timbre se convierte en ave de mal agüero. Una vez que un teléfono suena a deshoras, es imposible conciliar el sueño.
La llegada del celular vino a complicar todavía más las cosas. Antes el teléfono se quedaba en la casa o en la oficina. Salías a caminar con la seguridad de que podías dedicar a tu interlocutor un tiempo único. Ahora he visto parejas en las que uno de los dos tiene el teléfono al oído y el otro, está con ganas de tirarle una piedra y largarse del lugar.
Lo anterior tiene que ver también con el respeto a tu interlocutor. Para demostrarle que le valoras y que lo respetas, al menos podrías poner el celular en modo silencioso. O en las oficinas, donde el ego de algunos está en directa proporción a las veces en que el teléfono le exige su atención y esa persona, jactándose, deja a los otros con la palabra en la boca.
Todo lo anterior, aunque molesto, es parte de la vida cotidiana y es imposible cambiarlo. Y casi me acostumbro a ello. Pero lo que todavía no entiendo, y me parece aberrante, es la nueva práctica de extorsionar a través del teléfono. Valiéndose del anonimato, muchos están haciendo de la extorsión su modo de vida.
Hace poco una señora de edad avanzada recibió una llamada de esas. Poco faltó para que su salud se viera seriamente dañada. Aunque todo resultó ser falso, el trago amargo no se lo quita nadie. Ella y su familia han sufrido durante días el dolor lacerante de pensar que pudo ser cierto el secuestro. La tranquilidad de la casa se ha visto afectada. Ya nadie duerme igual. El teléfono no lo contestan si es un número desconocido, o peor, si aparece como privado. El identificador de llamadas no sirve de mucho.
El tirano que antes sólo interrumpía pláticas hoy ha roto la tranquilidad de muchas familias. Todos dejamos que el teléfono se metiera en nuestras vidas. Ya no hay forma de echarlo fuera.