Imágenes navideñas
Ayer hacía mi recorrido de media hora rumbo a la casa. Quizá fueron los blogs que me encontré sobre la navidad o que mi ánimo no estaba para fiestas, pero me dediqué a observar detenidamente los preparativos para la Natividad del Señor.
1. Una pareja joven con un niño en brazos y una bolsa enorme de plástico con los regalos para los chamacos. 150 pesos en juguetes.
2. Diez personas frente un cajero automático. Ilusiones y planes compartidos para la cena de navidad.
3. Un centro comercial. Carreras desbocadas por juguetes.
4. Una caja registradora. Tarjetas de crédito al por mayor. Mamás ilusionadas, papás angustiados.
5. Adiós al aguinaldo. Una pareja discute por la falta de dinero. Él explica la fuga de capital. Los niños lloran.
6. Artículos navideños en rebaja extrema. ¿Para qué quiero un árbol a estas alturas?
7. Niños llorando a todo lo largo y ancho de los pasillos de juguetes. Callen a esos monstruos.
8. Música de campanitas. Peces bebiendo en el río.
9. Noticias de santacloses en huelga.
10. Blogs y más blogs dedicados a las fiestas navideñas.
11. Un espejo. Me veo más gordo. Después de las fiestas el reflejo será peor.
¡Feliz Navidad a todos!
viernes, diciembre 19, 2003
jueves, diciembre 18, 2003
El verdadero amor.
Hace ya diez años que supe lo que significa convivir con el amor de mi vida. El pasado 10 de diciembre celebramos (mejor dicho recordamos, pues celebración, celebración no hubo, salvo la obvia y amorosa re-unión de los cuerpos) esos diez años de noviazgo.
Desde ese tiempo conozco el amor de una pareja: el respeto, compañerismo, apoyo, lealtad, pasión, ilusión; pero el otro amor, el que se siente por los hijos lo experimenté hace apenas un año y medio: la edad de mi niña. Con ella he aprendido otro tipo de amor, el que tanto me decían mis padres, amigos y conocido que no entendería hasta tener a mi hija en brazos. Al fin lo comprendo.
Ya he vivido con ella las peripecias de la inexperiencia, he sufrido como nunca por un llanto interminable a media noche, he sentido la frustración por no poder aliviarle un dolor, me he regocijado y he agradecido hasta el cansancio al ver sus ojitos brillantes fijos en mí. ¡Cuánto amo a mi hija!
Todo este tiempo, todas las experiencias, las muestras de cariño, la primera vez que me dijo papá, la primera vez que me dio la mano para ayudarla a caminar, cuando por primera vez la vi apoyada en un sillón viendo mi llegada del trabajo, la imagen de su manita blanca diciéndome adiós en la mañana, sus risas y hasta su llanto los viví hoy nuevamente en un segundo cuando -medio dormida-, volteo a verme, tomó mi mano y se abrazó a ella mientras me decía “papá” con la voz más angelical que he escuchado en mi vida.
Hoy descubrí el punto máximo del verdadero amor. Hoy supe que estaba vivo y creo que también por primera vez tuve miedo de morir.
Hace ya diez años que supe lo que significa convivir con el amor de mi vida. El pasado 10 de diciembre celebramos (mejor dicho recordamos, pues celebración, celebración no hubo, salvo la obvia y amorosa re-unión de los cuerpos) esos diez años de noviazgo.
Desde ese tiempo conozco el amor de una pareja: el respeto, compañerismo, apoyo, lealtad, pasión, ilusión; pero el otro amor, el que se siente por los hijos lo experimenté hace apenas un año y medio: la edad de mi niña. Con ella he aprendido otro tipo de amor, el que tanto me decían mis padres, amigos y conocido que no entendería hasta tener a mi hija en brazos. Al fin lo comprendo.
Ya he vivido con ella las peripecias de la inexperiencia, he sufrido como nunca por un llanto interminable a media noche, he sentido la frustración por no poder aliviarle un dolor, me he regocijado y he agradecido hasta el cansancio al ver sus ojitos brillantes fijos en mí. ¡Cuánto amo a mi hija!
Todo este tiempo, todas las experiencias, las muestras de cariño, la primera vez que me dijo papá, la primera vez que me dio la mano para ayudarla a caminar, cuando por primera vez la vi apoyada en un sillón viendo mi llegada del trabajo, la imagen de su manita blanca diciéndome adiós en la mañana, sus risas y hasta su llanto los viví hoy nuevamente en un segundo cuando -medio dormida-, volteo a verme, tomó mi mano y se abrazó a ella mientras me decía “papá” con la voz más angelical que he escuchado en mi vida.
Hoy descubrí el punto máximo del verdadero amor. Hoy supe que estaba vivo y creo que también por primera vez tuve miedo de morir.
Los especialistas
He comentado antes que una especie de envidia y admiración se mezclan en mí cada vez que conozco a alguien que tiene una pasión desbordante.
Hoy leí una columna de Juan Domingo Argüelles (El financiero, 17 de diciembre, p. 44) en donde se mofa de los especialistas, concretamente, en lectura.
Entre otras cosas dice " En el caso de los especialistas de la lectura no generalizaré, pero sí diré que me he topado con algunos que lo único que leen son las investigaciones de otros especialistas que a su vez leen únicamente a otros especialistas que leyeron, ellos también, a otros especialistas. Estas personas no están dispuestas a creer, y a veces ni siquiera a discutir, las ideas que no provengan de otros especialistas." Estas palabras me recuerdan a tantas y tantas personas que han dejado de interesarse en algo más que en sus propias ideas. Alguna vez leí que solamente las ideas afines a las tuyas son las que consideras correctas.
En fin, sigue Juan Domingo y dice..."Es verdad que uno no puede estar atento a de todo sino de lo que realmente le interesa, pero a veces la especialización conduce a terrenos cómicos, por decir lo menos. Por ejemplo, algunos especialistas ya sólo tienen tiempo de leer ponencias y conferencias para dar ponencias y conferencias. Están tan ocupados... (que) leer un libro de poemas uno de cuentos, uno de ensayos literarios (...) es para ellos un punto menos que imposible, además de que eso no les apetece."
Gracias mi querido Juan por estos rayos de luz, pues he comprendido que prefiero quedarme con mi media ignorancia en mucho, que toda la sapiencia en una sola cosa.
"El implacable Ambroce Bierce aseguró, en un exceso de generalización, que un especialista es un hombre que sabe todo acerca de algo y absolutamente nada acerca de todo lo demás.(...) Así también el especialista, que se convierte en un experto, es esa persona que aborda un tema que, aunque tú conoces bien, hace que te suena bastante oscuro y confuso, para, acto seguido, ofrecerse a despejarte todo el misterio."
Así pues, creo que prefiero quedarme con mis aficiones y conocimientos discretos en actividades tan disímbolas como la electrónica, la astronomía, la plomería y la televisión..."y no tener que decir con el arquitecto Frank Lloyd Wright que un experto es un hombre que ha dejado de pensar".
PD. En cuento pueda publico ya sea el texto completo o un link en donde puedan consultar el artículo completo. O compren el periódico, no sean pránganas.
He comentado antes que una especie de envidia y admiración se mezclan en mí cada vez que conozco a alguien que tiene una pasión desbordante.
Hoy leí una columna de Juan Domingo Argüelles (El financiero, 17 de diciembre, p. 44) en donde se mofa de los especialistas, concretamente, en lectura.
Entre otras cosas dice " En el caso de los especialistas de la lectura no generalizaré, pero sí diré que me he topado con algunos que lo único que leen son las investigaciones de otros especialistas que a su vez leen únicamente a otros especialistas que leyeron, ellos también, a otros especialistas. Estas personas no están dispuestas a creer, y a veces ni siquiera a discutir, las ideas que no provengan de otros especialistas." Estas palabras me recuerdan a tantas y tantas personas que han dejado de interesarse en algo más que en sus propias ideas. Alguna vez leí que solamente las ideas afines a las tuyas son las que consideras correctas.
En fin, sigue Juan Domingo y dice..."Es verdad que uno no puede estar atento a de todo sino de lo que realmente le interesa, pero a veces la especialización conduce a terrenos cómicos, por decir lo menos. Por ejemplo, algunos especialistas ya sólo tienen tiempo de leer ponencias y conferencias para dar ponencias y conferencias. Están tan ocupados... (que) leer un libro de poemas uno de cuentos, uno de ensayos literarios (...) es para ellos un punto menos que imposible, además de que eso no les apetece."
Gracias mi querido Juan por estos rayos de luz, pues he comprendido que prefiero quedarme con mi media ignorancia en mucho, que toda la sapiencia en una sola cosa.
"El implacable Ambroce Bierce aseguró, en un exceso de generalización, que un especialista es un hombre que sabe todo acerca de algo y absolutamente nada acerca de todo lo demás.(...) Así también el especialista, que se convierte en un experto, es esa persona que aborda un tema que, aunque tú conoces bien, hace que te suena bastante oscuro y confuso, para, acto seguido, ofrecerse a despejarte todo el misterio."
Así pues, creo que prefiero quedarme con mis aficiones y conocimientos discretos en actividades tan disímbolas como la electrónica, la astronomía, la plomería y la televisión..."y no tener que decir con el arquitecto Frank Lloyd Wright que un experto es un hombre que ha dejado de pensar".
PD. En cuento pueda publico ya sea el texto completo o un link en donde puedan consultar el artículo completo. O compren el periódico, no sean pránganas.
martes, diciembre 16, 2003
El Senor de los anillos
(Va sin acentos, pues no se que le paso a esta madriola)
Con la llegada de esta cinta a la ciudad, llegan tambien a mi memoria los malos momentos que he pasado en algunas salas. Si en algo vale una recomendacion de mi parte, les sugieron no vayan por ningun motivo a los Multicinemas de Organizacion Ramirez, sobre todo a los que se encuentran en Rio Grande y Plaza Juarez: cuando no se ve oscuro se ve muy claro, o no se oye, o la imagen esta desenfocada, o las butacas muy juntas, o hacen un intermedio kilometrico, o encuentras palomitas en todos lados, o soda por el suelo, o unos ninos gritones, o un apeste a rata vieja.
Pero tambien ruego, imploro, EXIJO que no vean peliculas piratas. No tiene caso. Y no soy purista ni mucho menos, pero creo que es tanto como aventarse a un transexual en lugar de una original. Parece que es lo mismo pero no es igual.
En fin, aunque no ire al estreno, si voy a estar en una de las salas nuevas de cinepolis (que tambien es de Org. Ramirez, pero nueva) la proxima semana con una buena dotacion de palomitas y coca-cola.
!Salud!
(Va sin acentos, pues no se que le paso a esta madriola)
Con la llegada de esta cinta a la ciudad, llegan tambien a mi memoria los malos momentos que he pasado en algunas salas. Si en algo vale una recomendacion de mi parte, les sugieron no vayan por ningun motivo a los Multicinemas de Organizacion Ramirez, sobre todo a los que se encuentran en Rio Grande y Plaza Juarez: cuando no se ve oscuro se ve muy claro, o no se oye, o la imagen esta desenfocada, o las butacas muy juntas, o hacen un intermedio kilometrico, o encuentras palomitas en todos lados, o soda por el suelo, o unos ninos gritones, o un apeste a rata vieja.
Pero tambien ruego, imploro, EXIJO que no vean peliculas piratas. No tiene caso. Y no soy purista ni mucho menos, pero creo que es tanto como aventarse a un transexual en lugar de una original. Parece que es lo mismo pero no es igual.
En fin, aunque no ire al estreno, si voy a estar en una de las salas nuevas de cinepolis (que tambien es de Org. Ramirez, pero nueva) la proxima semana con una buena dotacion de palomitas y coca-cola.
!Salud!
lunes, diciembre 15, 2003
La envidia.
Cuánto envidio a los que tienen aficiones. He conocido a quienes siempre leen, a quienes saben todo de futbol, a quienes no se pierden una telenovela. Admiro a quienes tienen amigos. Envidio a quienes la cerveza les basta para vivir. Admiro a quienes -como dice García Márquez- no pueden vivir sin escribir.
Sufro por no encontrar en mí ni una sola afición verdadera. Me gusta leer, pero no sé nada de autores; ni siquiera tengo una buena biblioteca. Me gusta la música, y no puedo mantener una plática sobre ella de más de cinco minutos. Me gusta el jazz y sólo tengo un puñado de discos y ningún conocimiento de sus mejores exponentes.
Mis minutos muertos pasan plácidamente frente a un rompecabezas o un modelo a escala; pero sólo he tenido entre mis manos cinco o seis de ellos.
Me gusta el campismo, el ciclismo, el beisbol, la poesía, el cine, el teatro, la electrónica. A pesar de todo, no me doy el tiempo para ninguna de esas actividades. Mi vida no a dependido de ellas.
Cómo admiro al que sabe todo de política, al que siempre conoce el libro de moda, al que me dice, con la mano en la cintura, quiénes serán los equipos que jugarán la liguilla.
Cuánta falta le hace a mi vida el faro de una pasión. ¿Por qué tengo que saber un poco de todo y nunca mucho de poco? ¿Por qué mi vida sigue circulando sin una pasión verdadera? ¿Por qué puedo prescindir de todo? ¿Dónde busco?
Cuánto envidio a los que tienen aficiones. He conocido a quienes siempre leen, a quienes saben todo de futbol, a quienes no se pierden una telenovela. Admiro a quienes tienen amigos. Envidio a quienes la cerveza les basta para vivir. Admiro a quienes -como dice García Márquez- no pueden vivir sin escribir.
Sufro por no encontrar en mí ni una sola afición verdadera. Me gusta leer, pero no sé nada de autores; ni siquiera tengo una buena biblioteca. Me gusta la música, y no puedo mantener una plática sobre ella de más de cinco minutos. Me gusta el jazz y sólo tengo un puñado de discos y ningún conocimiento de sus mejores exponentes.
Mis minutos muertos pasan plácidamente frente a un rompecabezas o un modelo a escala; pero sólo he tenido entre mis manos cinco o seis de ellos.
Me gusta el campismo, el ciclismo, el beisbol, la poesía, el cine, el teatro, la electrónica. A pesar de todo, no me doy el tiempo para ninguna de esas actividades. Mi vida no a dependido de ellas.
Cómo admiro al que sabe todo de política, al que siempre conoce el libro de moda, al que me dice, con la mano en la cintura, quiénes serán los equipos que jugarán la liguilla.
Cuánta falta le hace a mi vida el faro de una pasión. ¿Por qué tengo que saber un poco de todo y nunca mucho de poco? ¿Por qué mi vida sigue circulando sin una pasión verdadera? ¿Por qué puedo prescindir de todo? ¿Dónde busco?
jueves, diciembre 04, 2003
Y el 9/11 sigue dando de que hablar...
Resulta que los bomberos que sobrevivieron a los atentados del 11 de septiembre han tenido que cumplir con una obligación adicional: Consolar a las viudas y los huérfanos de los compañeros caídos junto con las torres gemelas.
Esto parece una buena acción (propuesta y apoyada por el mismo gobierno) sin embargo ha traido nuevas y graves consecuencias:
Los buenos samaritanos se han empezado a enamorar de las viudas de sus amigos y han empezado a encariñarse más con los hijos ajenos que con los propios. Según las últimas cifras, de los 300 bomberos que participan en el programa, alrededor de veinte han dejado a sus familias.
Dicen que el pasto del otro lado de la cerca siempre parece más verde. Yo creo que eso es lo que le pasó a los bomberos.
A fin de cuentas, las viudas dejaron de serlo y las que libraron los atentados no pudieron con sus congéneres. Al fin mujeres.
Resulta que los bomberos que sobrevivieron a los atentados del 11 de septiembre han tenido que cumplir con una obligación adicional: Consolar a las viudas y los huérfanos de los compañeros caídos junto con las torres gemelas.
Esto parece una buena acción (propuesta y apoyada por el mismo gobierno) sin embargo ha traido nuevas y graves consecuencias:
Los buenos samaritanos se han empezado a enamorar de las viudas de sus amigos y han empezado a encariñarse más con los hijos ajenos que con los propios. Según las últimas cifras, de los 300 bomberos que participan en el programa, alrededor de veinte han dejado a sus familias.
Dicen que el pasto del otro lado de la cerca siempre parece más verde. Yo creo que eso es lo que le pasó a los bomberos.
A fin de cuentas, las viudas dejaron de serlo y las que libraron los atentados no pudieron con sus congéneres. Al fin mujeres.
miércoles, diciembre 03, 2003
48,000 libros UFF!
Pues ayer me enteré de la boca más linda que he conocido que Don Andrés Henestrosa (ilustre escritor oaxaqueño) cumplió 97 años. Hasta ese momento la información no me interesó en lo más mínimo, pero cuando me dice mi esposa: "dicen que va a donar su biblioteca personal" pensé ¿seré el afortunado? así que casí grité:
-¿Y? ¿Me la regalaron a mí?
-Claro que no menso, se la va a donar a su pueblo. Además son 48,000 volúmenes.
Uf! Qué alivio. Por un momento me imaginé mi casa llena de libros: sería necesario levantar todos los muebles y poner medio metro de libros como piso, luego sacar toda la ropa y llenar el clóset y los roperos de libros, en la alacena, abajo de las escaleras y hasta en el cuartito de calefacción tendrían que convivir poetas, prosistas y locos.
Pero si los cien libros que a duras penas junto (contando los libros vaqueros, los selecciones y una que otra revista porno) ya casí han hecho que me corran de la casa ¿Qué pasaría con los otros 47,900?
Ahora que haciendo cuentas, si suponemos que Don Andrés empezó a comprar libro a los 17 años, debió comprar, en promedio, tres libros diarios. O bien saquear alguna biblioteca, o algún fondo de cultura o -como Jacobo Zabludoski- esperó a que se los regalaran.
Pues ayer me enteré de la boca más linda que he conocido que Don Andrés Henestrosa (ilustre escritor oaxaqueño) cumplió 97 años. Hasta ese momento la información no me interesó en lo más mínimo, pero cuando me dice mi esposa: "dicen que va a donar su biblioteca personal" pensé ¿seré el afortunado? así que casí grité:
-¿Y? ¿Me la regalaron a mí?
-Claro que no menso, se la va a donar a su pueblo. Además son 48,000 volúmenes.
Uf! Qué alivio. Por un momento me imaginé mi casa llena de libros: sería necesario levantar todos los muebles y poner medio metro de libros como piso, luego sacar toda la ropa y llenar el clóset y los roperos de libros, en la alacena, abajo de las escaleras y hasta en el cuartito de calefacción tendrían que convivir poetas, prosistas y locos.
Pero si los cien libros que a duras penas junto (contando los libros vaqueros, los selecciones y una que otra revista porno) ya casí han hecho que me corran de la casa ¿Qué pasaría con los otros 47,900?
Ahora que haciendo cuentas, si suponemos que Don Andrés empezó a comprar libro a los 17 años, debió comprar, en promedio, tres libros diarios. O bien saquear alguna biblioteca, o algún fondo de cultura o -como Jacobo Zabludoski- esperó a que se los regalaran.
lunes, diciembre 01, 2003
En el súper 1
Casi no hay nada que disfrute tanto como ir al súper. En serio. Sobre todo porque aparte de las frutas, las verduras, las ofertas, los descuentos, las cajas de cereal para adelgazar, las galletas de avena par adelgazar, los tes para adelgazar y los miles de artículos (todos ellos para engordar) identificados por el código de barras, hay historias. Si, cientos de ellas (por cierto, dicen que se requieren más barras en los códigos de los artículos que las que se necesitan para identificar a todos los seres humanos del planeta. Es decir, cada uno de nosotros hemos inventado como tres o cuatro artículos de consumo) y creo que ni usando todas los código de barras podría acabar de clasificar todas las historias que he conocido.
En estos seis años de trabajos forzados en el súper he logrado diseñar una forma de escape intelecto-terrenal que me ha permitido aguantar el ritmo de las compras. Para que tú, estimado lector, puedas hacer uso de esta herramienta, debes conocer dos o tres reglas básicas:
1. Todas, sí, todas las mujeres se transforman al entrar a un centro comercial. Primer punto a nuestro favor, pues estarán más preocupadas en ver dónde hay más gente amontonada para acercarse a hacer bola, que en ver a dónde o hacia quién dirigimos nuestra mirada. En este punto es muy importante que esperes tres minutos a que ella se aclimate, durante ese tiempo deberás prestar total y absoluta atención a lo que ella dice. Es la regla de oro para lograr nuestro cometido.
2. Al principio de las compras llévala, aunque sea a rastras, al área de frutas y verduras. Esta parte del súper es la que más atención requiere, no me preguntes por qué, sólo acéptalo como un hecho. (En alguna ocasión explicaré este razonamiento) Es muy importante que ofrezcas tu ayuda, lo más seguro es que te mande a escoger los limones “al cabo que no tiene ciencia”. Otro punto a nuestro favor, pues al fin tienes tus primeros minutos libres. Y en esos pasillos hay muchas cosas que ver.
3. Cuando se acerca la hora de comprar los abarrotes (ya sabes: latas, bebidas en polvo, cereales, etc.) hazle saber lo que quieres y en seguida ofrécete como voluntario para lidiar a tu hijo. Ella quedará fascinada de saber que se puede alejar unos minutos del pequeño remolino y tú tendrás en tus manos el arma perfecta para conocer historias. Te aseguro que al ver a un papá que cuida a su hijo (entre más pequeño sea, más éxito tendrás) todas la persona que encuentres estarán dispuestas a iniciar una plática. Sí, ya sé que cuidar al escuincle no es fácil pero ¿no es mejor estar con un hijo que con una esposa en el súper?
4. Después de haber recorrido tres o cuatro veces los pasillos, ella estará lista para pasar a la parte que más suspiros le causa: el área de la ropa. No te preocupes, no tienes que inventar nada, ni siquiera sabe que va contigo. Es más, lo que menos quiere es verte en ese momento, pues al mismo tiempo que admira y quiere todo lo que ve, se acuerda de lo raquítico de tu salario y te la estará mentando todo el tiempo. Consejo: Ni te le acerques. Ahora que si tu suerte se ha acabado y ella te pregunta algo (lo que sea con respecto a la ropa) dile que se le ve bien. Punto. No des detalles, no expliques, sólo dile que se ve bien y ya.
En esos minutos libres que logro escamotear es en los que practico mi técnica de distracción: a las personas que veo les invento una historia. He conocido (debería decir inventado) muchísimas historias. Muchas de ellas han sido realmente trepidantes, otras aburridas y una que otra cachonda.
Recuerdo una joven acompañada de su marido. Ella era alta, morena, de ojos siniestros y manos rápidas. El era fornido pero de mirada huidiza. Ella lo golpeaba.
Lo noté cuando, al pensar que nadie la veía, le aventó con una naranja en la cabeza. El volteó enojado, dispuesto a defenderse pero al verla, todo su valor se derritió, se quiso reír pero sólo logró una mueca.
-Pobre de ti si vuelves a verle las nalgas a otra mujer- le dijo ella por lo bajo.
Lo más grave es que no había nalgas cerca. El bajó la mirada. No se atrevió a decir nada.
Ella volteó al sentir mi mirada. La vi a los ojos y tuve miedo. Su mirada era salvaje, casi perruna. Preferí alejarme, no quise ponerla ni ponerme a prueba.
Recuerdo que los seguí a lo lejos, ella siempre detrás de él. Lo humillaba, lo ofendía. Sentí lástima por él: yo al menos estaba lejos de mi esposa.
Por supuesto lo mejor serían no tener que ir al súper. Pero como este mundo no es perfecto (al menos no para mí) prefiero encontrar distracciones. No es un gran consuelo, pero a fin de cuentas, algo es algo.
¡Salud!
Casi no hay nada que disfrute tanto como ir al súper. En serio. Sobre todo porque aparte de las frutas, las verduras, las ofertas, los descuentos, las cajas de cereal para adelgazar, las galletas de avena par adelgazar, los tes para adelgazar y los miles de artículos (todos ellos para engordar) identificados por el código de barras, hay historias. Si, cientos de ellas (por cierto, dicen que se requieren más barras en los códigos de los artículos que las que se necesitan para identificar a todos los seres humanos del planeta. Es decir, cada uno de nosotros hemos inventado como tres o cuatro artículos de consumo) y creo que ni usando todas los código de barras podría acabar de clasificar todas las historias que he conocido.
En estos seis años de trabajos forzados en el súper he logrado diseñar una forma de escape intelecto-terrenal que me ha permitido aguantar el ritmo de las compras. Para que tú, estimado lector, puedas hacer uso de esta herramienta, debes conocer dos o tres reglas básicas:
1. Todas, sí, todas las mujeres se transforman al entrar a un centro comercial. Primer punto a nuestro favor, pues estarán más preocupadas en ver dónde hay más gente amontonada para acercarse a hacer bola, que en ver a dónde o hacia quién dirigimos nuestra mirada. En este punto es muy importante que esperes tres minutos a que ella se aclimate, durante ese tiempo deberás prestar total y absoluta atención a lo que ella dice. Es la regla de oro para lograr nuestro cometido.
2. Al principio de las compras llévala, aunque sea a rastras, al área de frutas y verduras. Esta parte del súper es la que más atención requiere, no me preguntes por qué, sólo acéptalo como un hecho. (En alguna ocasión explicaré este razonamiento) Es muy importante que ofrezcas tu ayuda, lo más seguro es que te mande a escoger los limones “al cabo que no tiene ciencia”. Otro punto a nuestro favor, pues al fin tienes tus primeros minutos libres. Y en esos pasillos hay muchas cosas que ver.
3. Cuando se acerca la hora de comprar los abarrotes (ya sabes: latas, bebidas en polvo, cereales, etc.) hazle saber lo que quieres y en seguida ofrécete como voluntario para lidiar a tu hijo. Ella quedará fascinada de saber que se puede alejar unos minutos del pequeño remolino y tú tendrás en tus manos el arma perfecta para conocer historias. Te aseguro que al ver a un papá que cuida a su hijo (entre más pequeño sea, más éxito tendrás) todas la persona que encuentres estarán dispuestas a iniciar una plática. Sí, ya sé que cuidar al escuincle no es fácil pero ¿no es mejor estar con un hijo que con una esposa en el súper?
4. Después de haber recorrido tres o cuatro veces los pasillos, ella estará lista para pasar a la parte que más suspiros le causa: el área de la ropa. No te preocupes, no tienes que inventar nada, ni siquiera sabe que va contigo. Es más, lo que menos quiere es verte en ese momento, pues al mismo tiempo que admira y quiere todo lo que ve, se acuerda de lo raquítico de tu salario y te la estará mentando todo el tiempo. Consejo: Ni te le acerques. Ahora que si tu suerte se ha acabado y ella te pregunta algo (lo que sea con respecto a la ropa) dile que se le ve bien. Punto. No des detalles, no expliques, sólo dile que se ve bien y ya.
En esos minutos libres que logro escamotear es en los que practico mi técnica de distracción: a las personas que veo les invento una historia. He conocido (debería decir inventado) muchísimas historias. Muchas de ellas han sido realmente trepidantes, otras aburridas y una que otra cachonda.
Recuerdo una joven acompañada de su marido. Ella era alta, morena, de ojos siniestros y manos rápidas. El era fornido pero de mirada huidiza. Ella lo golpeaba.
Lo noté cuando, al pensar que nadie la veía, le aventó con una naranja en la cabeza. El volteó enojado, dispuesto a defenderse pero al verla, todo su valor se derritió, se quiso reír pero sólo logró una mueca.
-Pobre de ti si vuelves a verle las nalgas a otra mujer- le dijo ella por lo bajo.
Lo más grave es que no había nalgas cerca. El bajó la mirada. No se atrevió a decir nada.
Ella volteó al sentir mi mirada. La vi a los ojos y tuve miedo. Su mirada era salvaje, casi perruna. Preferí alejarme, no quise ponerla ni ponerme a prueba.
Recuerdo que los seguí a lo lejos, ella siempre detrás de él. Lo humillaba, lo ofendía. Sentí lástima por él: yo al menos estaba lejos de mi esposa.
Por supuesto lo mejor serían no tener que ir al súper. Pero como este mundo no es perfecto (al menos no para mí) prefiero encontrar distracciones. No es un gran consuelo, pero a fin de cuentas, algo es algo.
¡Salud!
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